En anteriores entradas conté una pequeña historia de Gabo y su crisis económica gracias a la escasa comisión. Esta vez es turno del maestro de la ficción medieval, porque forjar las bases de todo un género y ser reconocido como un maestro literario no es excusa para no sufrir con las editoriales. Esta es la historia de J.R.R. Tolkien y su odisea.
Cada vez que pienso en Tolkien me surge una pregunta crucial ¿Cómo tuvo tanta imaginación para crear un universo con su propia mitología desde los cimientos? Y me encuentro con las historias sobre él dando nacimiento a la Tierra Media con cuentos a sus hijos, así de humilde es la creación artística. Esta siempre es la introducción al nacimiento de una obra, lo demás es otra historia con una diferencia del talante del Antiguo testamento al Nuevo testamento en la biblia.
J.R.R. Tolkien no tenía mucha dificultad para publicar un libro, trabajaba como profesor en la universidad de Oxford, con mucho renombre entre sus conocidos. A la escala que su primera novela “El hobbit” no tuvo dificultad para ser publicada por Houghton Miffin y, aunque su autor no esperaba un gran éxito sino solo la necesidad de contar un cuento que merecía ser contado, la novela fue un enorme éxito, y con ello llegaron cartas y cartas de fans pidiendo más, mucho más de ese mundo de fantasía increíblemente forjado por Tolkien.
“¿Una segunda parte?” preguntaba Tolkien, que no esperaba el gran recibimiento de su obra en el público. La editorial y los lectores pedían más, así que Tolkien se puso a trabajar en ello. El tiempo pasaba y la editorial empezaba a presionar, se suponía que escribiría una secuela de una historia para niños no un tratado académico sobre la lengua inglesa. Casi dándose por perdida la secuela, doce años después, Tolkien puso en manuscrito en el correo con destino a Houghton Miffin, quienes casi se van de espalda al ver un escrito de más de mil doscientas páginas, en una época donde se acostumbraba a publicar novelas de no más de trescientas páginas. Las discusiones acaloradas empezaron, pero no solo por su extensión, sino porque la nueva novela tenía toques mucho más oscuros, más densos y desarrollados que su novela antecesora, ya no era un cuento para niños. Tolkien no dobló el brazo en relación con la trama de su novela, y mucho menos con la madurez que ahora presentaba, pero sí lo hizo con la publicación del escrito que decidió hacerse en tres tomos.
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